miércoles, 28 de diciembre de 2011

CUENTOS CON MORALEJA (4).

Quiero Quiero que me oigas sin juzgarme Quiero que opines sin aconsejarme Quiero que confíes en mi sin exigirme Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mi Quiero que me cuides sin anularme Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mi Quiero que me abraces sin asfixiarme Quiero que me animes sin empujarme Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mi Quiero que me protejas sin mentiras Quiero que te acerques sin invadirme Quiero ...que conozcas las cosas mías que más te disgusten, que las aceptes y no pretendas cambiarlas Quiero que sepas, que hoy...hoy puedes contar conmigo sin condiciones J. Bucay. Volver al Indice Arreglar el mundo Un científico vivía preocupado con los problemas del mundo y estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días encerrado en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo, de siete años, invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, intentó hacer que el hijo fuera a jugar a otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, el padre procuró algo para darle al hijo, con el objetivo de distraer su atención... De repente tomó un mapa del mundo de una revista, y, con una tijera, recortó el mapa país por país a modo de puzzle en varios pedazos. Cogió también un rollo de cinta adhesiva, y se lo entregó todo al hijo diciendo: -¿A ti te gustan los rompecabezas?. Entonces voy a darte algo para que te entretengas, aquí tienes el mundo todo roto. A ver si puedes arreglarlo bien, pero hazlo tu solito. Calculó que al niño le llevaría días para recomponer el mapa. Algunas horas después, oyó la voz del hijo que le llamaba calmamente: -Papá, papá, ya lo he hecho. He conseguido terminar todo Al principio el padre no dio crédito a las palabras del hijo. Sería imposible a su edad haber conseguido recomponer un mapa que jamás había visto. Entonces, el científico levantó los ojos de sus anotaciones, seguro que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus sitios. ¿Cómo sería posible? ¿Cómo el niño había sido capaz? -Tu no sabías como era el mundo, hijo mío como lo conseguiste? -Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando tú quitaste el papel de la revista para recortar, yo vi que del otro lado había la figura de un hombre... Cuando tú me diste el mundo para arreglarlo, yo lo intenté pero no lo conseguí. Fue entonces que me acordé del hombre, di vuelta a los recortes y empecé a arreglar el hombre, que yo sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar el hombre, le di vuelta a la hoja y encontré que había arreglado el mundo. Volver al Indice El árbol de los problemas El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó, lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar. Mientras lo llevaba a su casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos me invitó a conocer su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando la punta de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió una puerta, ocurrió sorprendentemente una transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente me acompañó hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que había visto hacer un rato antes. " OH, ese es mi árbol de problemas ", contestó. " Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego mañana los recojo otra vez ". " Lo divertido es ", dijo sonriendo, " que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior ". Volver al Indice Darse cuenta Este cuento está inspirado en un poema de un monje tibetano, Rimpoche Me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en la vereda, no lo veo, y me caigo en él. Día siguiente... salgo de mi casa, me olvido que hay un pozo en la vereda, y vuelvo a caer en él. Tercer día, salgo de mi casa tratando de acordarme que hay un pozo en la vereda, sin embargo, no lo recuerdo y me caigo en él. Cuarto día, salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo de la vereda, lo recuerdo, y no veo el pozo y caigo en él. Quinto día( salgo de mi casa, recuerdo que tengo que tener presente el pozo en la vereda y camino mirando el piso, y lo veo, y a pesar de verlo caigo en él. Sexto día, salgo de mi casa, recuerdo el pozo en la vereda, voy buscándolo con la vista, lo veo, intento saltarlo, y caigo en él, Séptimo día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no es suficiente y, caigo en él. Octavo día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, ¡llego al otro lado!. Me siento orgulloso de haberlo conseguido, que lo festejo dando saltos de alegría... Y al hacerlo, caigo otra vez en el pozo. Noveno día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, y sigo mi camino. Décimo día, me doy cuenta recién hoy, que es más cómodo caminar por la vereda de enfrente. J. Bucay. Volver al Indice La alecoría del carruaje Un día de Octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: Sal a la calle que hay un regalo para ti. Entusiasmado, salgo a la ventana y me encuentro con un regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta e mi casa. Es de madera nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la puerta de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordada y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mi, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más, entonces miro por la ventana y veo el “paisaje”: por un lado el frente de mi casa, por el otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “Que fantástico este regalo, que bien que lindo...” y me quedo un rato disfrutando de esa sensación. Al rato comienzo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo. Me pregunto: “¿Cuánto tiempo puede uno ver las mismas cosas?”. Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada. De eso ando quejándome en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome: ¿No te das cuenta que a ese carruaje le falta algo? Yo pongo cara de qué-le falta mientras miro las alfombras y los tapizados. Le faltan los caballos, me dice antes de que llegue a preguntarle. Por eso siempre veo lo mismo – pienso -, por eso me parece aburrido... Cierto – digo yo - Entonces voy al corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde dentro grito: ¡¡Eaaaaa! El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende. Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir una vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una grieta en uno de los laterales. Son los caballos que me conducen por caminos terribles; cogen todos los baches, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos. Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso. Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve. En ese momento, veo a mi vecino que pasa por allí cerca, en su coche. Lo insulto: Me grita: ¡ Te falta el cochero!. ¡Ah! digo yo. Con gran dificultad y con su ayuda, freno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume las funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento. Me parece que ahora si estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero donde quiero ir. El conduce, el controla la situación, el decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta. Yo ... yo mientras tanto disfruto del viaje. Esta pequeña alegoría debería servirnos para entender el concepto holístico del ser. Hemos nacido, salido de nuestra “casa” y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo. Un carruaje diseñado especialmente para cada uno de nosotros. Un vehículo capaz de adaptarse a los cambios con el paso del tiempo, pero que será el mismo durante todo nuestro viaje. A poco de nacer, nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje –el cuerpo- no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos. Todo va bien `urante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llevan por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de frenarlos. Aquí es cuando aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente. Ese cochero conducirá nuestro mejor tránsito. Hay que saber que cada uno de nosotros es por lo menos los tres personajes que intervienen allí. Tu eres el carruaje, tu eres el caballo y tu el cochero durante todo el camino que es tu propia vida. La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas. Dejar que tu cuerpo sea llevado solo por tus impulsos, tus afectos o tus pasiones puede ser y es sumamente peligroso, es decir: necesitas de tu cabeza para ejercer cierto orden en tu vida. El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos. No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin caballos? ¿qué sería de ti si solo fueras cuerpo y cerebro?. Si no tuvieras ningún deseo ¿como sería la vida?. Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje. Obviamente, tampoco debéis descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el trayecto – que es nuestra vida -. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje. Recién cuando puedo incorporar esto, cuando sé que soy mi cuerpo, mi dolor de cabeza y mi sensación de apetito, que soy mis ganas y mis deseos y mis instintos; que soy además mis refhexiones y mi mente pensante y mis experiencias... recién es ese momento estoy en condiciones de empezar, equipado, este camino, que es el que hoy decido para mi. Jorge Bucay. Sacado del libro: EL CAMINO DE LA AUTODEPENDENCIA Volver al Indice

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